Revisando los apuntes de la asignatura encontré entre las primeras hojas del tema de transición y suceso vital. Reflexionando sobre ello, me di cuenta que realmente estos conceptos no se producen por los acontecimientos concretos, sino que surgen a partir de las emociones y sentimientos que produzcan en la propia persona, y de como los viva. Por tanto, giran alrededor de ideas, de concepciones del propio sujeto, más que por la situación en sí misma.
Dentro de todas las experiencias vividas sin duda una de las que más repercusión tiene en nuestras vidas son las afectivas, y más concreto las del amor. Tanto ésta como su contraria, el desamor, representan una potencial fuente de cambios en la persona.
Desgraciadamente, tienen un mayor peso, a fines marcadores, son los sentimientos negativos, o por lo menos, los sujetos tienden a concederles mayor relevancia, quizás porque el sentimiento que despiertan, no es que sea más intenso, pero sí más traumático.
Ante una ruptura con una pareja, con la que haya sentimientos de amor por medio, produce una transición, un duelo, en el que el sujeto se encuentra especialmente vulnerable. Esta nueva situación puede ser afrontada solo o acompañado.
Si el sujeto intenta permanecer sólo, es decir, sin compañía afectiva de carácter amatorio, puede resultarle bastante complicado, ya que, implica cambiar los patrones de vida a lo que anteriormente se tenían.
Si por el contrario, intenta retomar la relación anterior o empezar una nueva con otra persona, se producirán distintos procesos, que con la anterior situación.
Si el sujeto intenta permanecer sólo, es decir, sin compañía afectiva de carácter amatorio, puede resultarle bastante complicado, ya que, implica cambiar los patrones de vida a lo que anteriormente se tenían.
Si por el contrario, intenta retomar la relación anterior o empezar una nueva con otra persona, se producirán distintos procesos, que con la anterior situación.
Desde mi punto de vista, en ambas situaciones se puede producir una transición, aunque de formas diferentes. Ya que, en el primer caso hay una mayor probabilidad de que se produzca una transición más acusada que en el segundo, y suponga un suceso vital de mayor calado en la persona, incluso, aumentan las posibilidades de que en la persona se produzca una bifurcación (momento decisivo), y aún mas cuando la ruptura ha sido inesperada o traumática, y no se haya producido una preparación de la finalización de la relación. En este caso, lo más probable, es que la persona tenga una reorganización interna ante la situación de encontrarse sin pareja.
En la segunda situación, si la persona retoma su relación con su anterior pareja, lo más seguro es que no se produzca tal cambio, y la persona no lo experimente como tal. Si inicia una nueva relación es más probable que pueda haber una transición para adecuarse a la nueva pareja, aunque con menos probabilidad se producirá un momento decisivo, ya que, desde un punto de vista funcional, la situación no ha cambiado de forma tan radical.
En la segunda situación, si la persona retoma su relación con su anterior pareja, lo más seguro es que no se produzca tal cambio, y la persona no lo experimente como tal. Si inicia una nueva relación es más probable que pueda haber una transición para adecuarse a la nueva pareja, aunque con menos probabilidad se producirá un momento decisivo, ya que, desde un punto de vista funcional, la situación no ha cambiado de forma tan radical.
Todo lo anteriormente tratado, está basado en grados de probabilidad, ya que, estos conceptos son subjetivos y dependientes de la persona que los experimente, como anteriormente he expuesto. Sin embargo, he querido realizar una generalización de las situaciones en que existen más posibilidades de que se den unos acontecimientos u otros. Además, la vivencia de los sentimientos, sensaciones y emociones tiene una gran complejidad y su grado de medición resulta limitado a indicadores externos.